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Henri Gervex se inspira en Rolla, un cuento de Musset, |
Incita al sacrificio, muerte, cambio, resurrección, entrega, estallido, el rojo desata el apetito porque nos excita, lo deseamos y exige el precio de tenerlo.
En los retablos góticos el manto de Cristo son cascadas de sangre, heridas que nunca cicatrizan, la resurrección del dolor cubre al cuerpo para hacer visible el alma.
Velázquez, que hizo del retrato un espejo, pinta a Inocencio X envuelto en rojo, manto, trono, piel sanguina, el realismo le recuerda al pontífice que representar a un dios no lo hace divino. Francisco I toma en sus brazos a Leonardo de Vinci, el poder pidiendo piedad al arte, el pintor fallece y todo el arte se muere, el lecho mortuorio que pinta Ingres es rojo, cueva densa de terciopelo, sepulta el misterio, el cuerpo deja una obra eterna.
Anita Berber se viste de rojo para suicidarse, Otto Dix pinta un altar en el cabello, el vestido, las uñas, los labios, la ofrenda a sus vicios, la redime en el exceso.
Courbet exacerba la visión del sexo y retrata a una joven que se desnuda mientras lleva puesto un zapato rojo. Hans Christian Andersen castigó a la lujuria y la vanidad de Courbet y en su cuento esos zapatos rojos desobedecen a la voluntad, enviciados en un tortuoso y frenético baile, hasta que un verdugo los mutila, el muñón queda como memoria y ausencia. El corset rojo tirado en el piso, Henri Gervex se inspira en Rolla, un cuento de Musset, la mujer descansa mientras su amante la mira antes de envenenarse.
Rubens anuncia el ultraje de Las hijas de Leucipo, el manto rojo entre sus cuerpos es sostenido por Castor, la violencia de la escena, el movimiento de lucha y orgia, está dirigida por los cupidos que llevan las riendas de los caballos, el apetito de la carne es un círculo de insatisfacción.
En los rojos paisajes de Turner el cielo pinta a la tierra, que se prolonga hasta la pintura de Rothko, un paisaje sin cielo, sin tierra, clima puro que nace de no mirar, nace de sentir.
El cuerpo dentro de un cuadro rojo, microscopio que lo expande y lo deforma, Bacon retuerce las extremidades, saca los cerebros, mastica el sexo y lo abandona en la amorfidad esencial del cuerpo rendido que escupe su sangre en una muralla.
El Chakra que conecta los genitales con la Tierra es rojo, el calor del sexo se funde con el de la naturaleza, el gobierno del cuerpo está en ese centro.
Matisse se engolosina y plasma la armonía en una habitación roja, todo en esa pintura se come: la pared, el mantel de la mesa, las frutas, el vino, es la gula por el color y el trazo. Tamayo rebana la sandía y se come la pulpa, engolosinado repite decenas de veces hasta que nos deja hartos y decepcionados, buscando comer otra cosa que no sea su sandía.
Los muros de Pompeya son rojos, la lava del volcán los dejó intactos, los lamió para descubrir a qué sabían, cómo conseguían estar ahí, ignorándola, retándola.
Baco consagró la sangre y la transfiguró en vino, las religiones beben sangre, el vicio y el fanatismo insaciables se dirigen al mismo lugar, comparten caminos, se encontrarán aunque se odien.
Federico García Lorca tiene un río, llagas, alacrán y tristeza, vio y cantó demasiado rojo, él como su Juana la Loca, fue “un rojo clavel ensangrentado”.
La libertad, la revolución, la lucha armada, las banderas tiñen de rojo a héroes y tiranos, un orden muere para que otro surja. José Clemente Orozco pinta un hombre en llamas, Ícaro incendiado renace en la bóveda de la Historia, eterno rojo oxido.