La burguesía se aburre: las drogas, las redes sociales, los viajes, el sexo, no son suficientes, quieren más, algo que los excite unos instantes. El arte contemporáneo VIP es una de las diversiones de moda, patrocinarlo, mirarlo unos segundos y esperar a que otro artista VIP “transgresor con preocupaciones socio-filosóficas” aparezca y los entretenga. El patronato de un museo de arte contemporáneo dona 50 millones de euros para la adquisición de una obra VIP: unos trabajadores cincelan un cuadrado sobre la explanada del museo, obra de la “socióloga y artista Lola Arias”, personaje que cumple todos los requisitos VIP es mujer, latina y con causa social, además es una referencia a la grieta de Doris Salcedo en la Sala de Turbinas de la Tate. Al hacer la obra destrozan una escultura en bronce de un rey sobre un caballo, metáfora del arte que desechan para dar sitio al “espacio seguro” que significa esta obra. La película The Squaredirigida por Ruben Östlund es una comedia, las estupideces de sus personajes desatan la acción, sucede en el marco de un museo de arte contemporáneo como podría ser en un hotel de lujo, es el “espacio seguro” para mostrar la estulticia de la realidad.
Montículos de arena en la sala de exhibición y la declaración de principios: puesto dentro del museo es arte. La teoría no es suficiente. para que ese prodigio suceda contratan a un equipo de marketing y relaciones públicas, que les da lo mismo si es un cuadrado o una sartén, el objetivo de su campaña es crear controversia para que el “donativo” de los sponsors sea famoso, les dé una noche de diversión y visibilidad social en una cena con un performance simiesco sobreactuado. La excentricidad se cansa consigo misma, necesita arte al nivel de su desidia intelectual, algo que no les provoque conflicto, bufones que además limpian la incomodidad del despilfarro y le dan “sentido artístico-social”.
El ridículo es que el arte VIP es ultra solemne, lo que vemos en una comedia plagada de absurdos no es ficción, es la realidad cotidiana dentro de los museos y las escuelas de arte, ahí si se creen sus personajes y nos explican sus chistes, los coleccionistas compiten por comprar la obra más estulta, los galeristas se enfurecen con la gente haciendo selfies con las obras VIP, los artistas posan su rebeldía, los académicos y curadores se tragan los diccionarios de sinónimos y antónimos para escribir sus textos. En la película los personajes son idiotas declarados, y en la vida real estas mismas personas son consideradas la cúspide de la cultura del establishment y les dan todos los premios. La risa no la provoca la trama, estamos contemplando a la frivolidad dominando la escena artística para entretenerse, pagando una burocracia impostada en sus clichés. Los bufones del siglo XVIII costaban más baratos a los reyes y daban mejores servicios que los artistas VIP y su parasita burocracia. Reserven un palco para aplaudir el nuevo entretenimiento: quemar los museos de arte VIP.