“Nosotros creemos que los consumidores son el centro de la dona”. La obsesión decorativa de la exposición de Yayoi Kusama en el Museo Tamayo debería cambiar su texto curatorial por el statement empresarial de las donas Krispy Kreme. Esta obra es un centro vacío dentro de un círculo empalagoso, para una sociedad que evade pensar, que necesita aturdirse de azúcar, que admira y encumbra un estilo artístico que es un placebo cerebral. Los barroquismos de la psicodelia están provocados por el LSD y los puntos de Kusama por un postre relleno de cremosos ansiolíticos. Kusama aclara que los puntos y las variaciones Krispy Kremede chispas de colores son sus alucinaciones, consecuencia de su conflictiva psique y su torturada vida, menciona anécdotas melodramáticas del hospital psiquiátrico como un hogar con facilidades psicotrópicas para la creación. Incongruente con la desgraciada biografía que la detona, esta reiterativa obra es una “fantasía glaseada”, imitación de la reducida noción de felicidad que la sociedad de consumo vende como un estado estúpido que suspende al cerebro de sus funciones cognitivas. Se supone que el estilo VIP es para reflexionar pero Kusama evidencia la cómoda realidad de un estilo fácil que le permite descansar y poner sus limitadas ideas en manos de un equipo de diseñadores de interiores que las diversifican en marketing, vestidos, bolsos, cortinas, muebles, etcétera.
Es pertinente analizar qué clase de sociedad tenemos que considera y expone como arte este ejemplo de banalidad y frivolidad. La seriedad presuntuosa con la que ven y describen esta obra contrasta con su presencia ridícula, que se multiplica en la insustancialidad y la falta de contenido, es un retrato clínico del sinsentido del concepto de arte que manipulan la crítica, las universidades y los curadores. La terapia ocupacional derivó en una compulsiva decoración acaramelada, su narcótica elementalidad responde a una sociedad que reposa su escaso juicio y nulifica el sentido crítico. La manada social camina sonámbula, quiere obras insignificantes que imagina divertidas, busca la ausencia de complejidades para disculparse de ejercer su inteligencia. Lo expuesto, desde el cuartito de luces hasta las “actividades”, son una fuga continua, un devenir entre una imaginación perezosa y la académica sobrevaloración argumental sustentada en el lugar común. ¿Por qué la sociedad no quiere pensar? ¿Por qué el arte ha llegado a estos niveles de desidia mental? Todos tienen derecho a renegar del compromiso de razonar, infra-vivir en demencia voluntaria. La existencia es difícil, demandante, involucrarse es una disyuntiva dolorosa. Estar en contra de la inteligencia se ha convertido en el comportamiento políticamente correcto, en una oportunidad de convivencia, disentir o cuestionar es una actitud indeseable, antisocial e incómoda. Los individuos quieren ser populares, ser trending topic, tener miles de amigos y eso se consigue con simpatía.
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Obra de Yayoi Kusama, Dots Obsession 2011 as part of ‘Yayoi Kusama: Look Now, See Forever’, Gallery of Modern Art, 2011 |
Por eso es absurdo que esta obra no se asuma como el pretexto comercial enajenante que es y la sitúen en un museo, le den una infraestructura intelectual y la llamen arte. Deberían llevarla a sus últimas consecuencias, liberarla de las estrecheces institucionales, pintar con el mismo estilo el centro de convivencia infantil y la montaña rusa, poner animadoras y payasos mostrando la exposición disfrazados de Kusama, invitar a los asistentes a una alberca de pelotas, con observadores psiquiatras, sociólogos y antropólogos que hagan un estudio de lo que está pasando con el arte. Hace décadas que la televisión dejó de ser la “caja idiota” hoy ese honor es del museo, la supuesta pauperización intelectual televisiva es propiedad de exposiciones como ésta que convergen con la exponencial venta de comida basura, medicamentos, drogas, es el gigantesco conjunto de elementos que construyen un entorno social irracional, complaciente, adicto a la satisfacción fácil. Es un desperdicio que este magno escenario no sirviera para velar los restos de Chespirito que habría tenido un marco a la altura de su talento e inspiraría a la comunidad intelectual a escribir textos que más tarde reconocerían con el premio nacional de ensayo.